La real academia, define la palabra imposible como algo que
no tiene facultad ni medios para llegar a ser o suceder y define improbable
como algo que no se funda en una razón prudente. Puesto a escoger, a mí me gusta
más la improbabilidad que la imposibilidad, como a todo el mundo, supongo. La
improbabilidad duele menos y deja un hueco a la esperanza, a la ética, el amor.
Las mayor parte de las actuaciones, de los sentimientos, de las relaciones, en
definitiva la mayor parte de la vida no se fundan en una razón prudente, por
eso no creo que sea justo hablar de objetivos, metas, propósitos, en general de
cosas imposibles, sino de cosas improbables. Porque lo improbable es por
definición probable, lo que es casi seguro que no pase pero que puede pasar y
mientras haya una posibilidad, media posibilidad entre mil millones de
posibilidades de que pase, vale la pena intentarlo. Por eso, olvidemos los
imposibles, apostemos por los IMPROBABLE. Porque la vida no es otra cosa que la
improbabilidad de que algo no pasa, cuando en realidad está pasando. Porque la
vida no es otra cosa que, día tras días, como páginas en blanco esperando a que
se llenen de improbabilidades, que en algún otro día, en alguna otra página en
blanco se llenara de probabilidad, de posibilidad, de REALIDAD, porque la
improbabilidad está en nosotros, somos nosotros, nosotros lo creemos. La
improbabilidad puede que no se vuelva probable, pero después de todo nos hemos
esforzado y eso significa, que esa posibilidad, esa media posibilidad entre un millón
de posibilidades, sigue ahí, solo que no es el momento oportuno para hacerla
probable.
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